¡París! Oh mon Dieu, París! Eres
la ciudad donde residen los sueños y las esperanzas. La inspiración de muchas
personas. Una gran animadora que infundes vida a los residentes y a los recién
llegados que luchan por hacer realidad sus ilusiones y deseos. Siendo así, ¿entonces
por qué no le diste también una cálida y acogedora bienvenida a Constante?
¡Sí, París, sí! ¡Perdóname! Es cierto, no
fuiste tú quien se encargó de recibir con los brazos abiertos a Constante (Noémie Schmidt), una joven estudiante universitaria enérgica y llena de
vitalidad que proviene de un pueblo de Francia donde trabaja con su padre –con
el que no tiene muy buena relación– en un puesto de verduras en un mercadillo. No,
de eso precisamente se encargó el señor Henri Voizot (Claude Brasseur), un viejo gruñón jubilado que vive felizmente en un
apartamento en la ciudad. Y, que mejor recibimiento para tu nuevo compañero de
piso, que una puerta cerrándose en tus narices –literalmente, en sus narices–.
Si esperabas ver la protagonista envuelta en un ambiente
familiar en una casa acogedora, El Sr. Henri comparte piso tira
por tierra todas tus expectativas. La comedia francesa originalmente titulada L’étudiante
et Monsieur Henri dirigida por Ivan Calbérac, que se trataba
solamente de una pieza de teatro creada en 2012, abre las
puertas hacia una nueva experiencia en la vida de Constance en la ciudad
parisina. Después de encontrarse con una plancha enorme de madera estampada en
su cara, no se achanca ante las diversas adversidades y las trabas que encuentra en su
camino para conseguir su objetivo. Los múltiples intentos del propietario del
apartamento para echarla son frenados por la tremenda astucia de la protagonista,
logrando entrar al piso y, no sólo eso, va descubriendo cada una de las
mentiras que cuenta como herramienta para alejarla de él pero ella le planta
cara. En ningún momento cae en sus trampas, hecho que demuestra que no se trata
de una chica ingenua. La faceta de chica espabilada le permite conseguir
alquilar una habitación, aunque el señor Henri estuviera reticente en un
principio, hecho que se demuestra claramente en el contrato de piso donde le pone unas cláusulas un poco absurdas que hace que uno se pregunte si en
realidad no fue militar en otra vida.
Aunque el hombre de avanzada edad es verdaderamente feliz
viviendo sólo después que falleciera su mujer hace 30 años, por desgracia ahora
ya no puede estar rodeado solamente por cuatro paredes, sino que tendrá que
compartir piso con alguien que le brinde algunos cuidados a causa de su delicada
salud que hace complicado su día a día. Por eso, se ve obligado por su hijo Paul
(Guillaume de Tonquédec) –un notario
tímido que ronda los cuarenta– a alquilar una de las habitaciones vacías
de la casa con el propósito de dar con alguien que atienda a su padre.
Entonces, aquí es donde entra en juego Constante, que se hará cargo de vigilar
que el Sr. Henri tome sus medicinas, como si de una enfermera se tratara, a
cambio de pagar un alquiler mucho más barato del que podría encontrar una
persona en su sano juicio en la capital francesa.
Sin embargo, Henri Voizot nunca demuestra que se siente
agradecido por la compañía de la recién llegada ni tampoco que le tenga mucho
aprecio a su propio hijo aunque éste ponga mucho esfuerzo para llevarse bien
con su padre y de velar por su salud. Y por si fuera poco, el hombre terco y gruñón aprovecha la
situación para poner patas arriba la vida de Paul. Y, cómo no, su inquilina
está metida, hasta el fondo, en el ajo. La joven juega un papel realmente importante
provocando un estruendo familiar, aunque no esté a favor de ello. No obstante,
la falta de dinero para pagar el alquiler –aunque consigue un trabajo de
camarera–, la llevan a acceder sembrar el caos en la familia para ahorrarse
pagar seis meses de alquiler, pero claro después de regatear un poco con el
propietario.
“Mi hijo es un imbécil. Es un imbécil porque vive con una
idiota que no es más tonta porque no se entrena. Mis nietos tendrán el coeficiente
de un pez de colores.” Con estas palabras comienza el plan de insinuación y
seducción por parte de la protagonista con la propuesta insólita del anciano.
Ya me explicarás que padre pide una chica prácticamente desconocida que seduzca
a su hijo para deshacerse de su nuera Valerié (Frédérique
Bel), y, encima, que si pasa cualquier acto físico entre ellos no
tiene ningún inconveniente en que esto suceda. Hombre ya, ¿acaso se ha vuelto demente?
Constante entra en este terrible juego porque ve que su
vida se está yendo al traste. “Nada me sale bien. Mi vida es una
mierda.” Se siente absolutamente una fracasada. Por una parte, está en
crisis financiera que pone en peligro seguir compartiendo piso con el Sr.
Henri. Y por otra parte, tiene un gran problema acerca de su futuro
profesional. No tiene para nada claro que está haciendo con su propia vida. No
aprueba su segundo año de universidad por segunda vez consecutiva y a esto se
suma la cohibición interior que le surge a la protagonista. Pero, por si no
fueran ya muchos dilemas por los que está pasando la chica, sus padres no tienen ni idea de que ella ha vuelto a suspender. Es por eso que accede a la petición del
viejo gruñón, ya que se siente como si se estuviera hundiendo hacia el fondo
del mar después de que el Titanic chocara contra un iceberg y no pudiera
escapar de su mala suerte. Así que si esta patraña le hace quitarse al
menos un peso de encima, aceptará lo que sea con tal de prevenir hundirse en
este enorme barco emocional.
Oh la la! Para los espectadores aquí es donde empieza la diversión.
Es cierto que se pueden apreciar momentos bastante entretenidos de la pareja
propietario-inquilina ya que se trata de dos generaciones con unos ideales y un
modo de vida muy distintas que produce un constante roce entre ellos por tener
unos valores de vida diferentes, hasta el punto que chocan sus puntos de vista,
mostrando al público que existe una brecha intergeneracional. No obstante,
añadir a Paul al mundo de Constante le da un toque de humor relajante a la
película ya que, de este modo, no se fuerza la trama con los conflictos del
piso, sino que le da un nuevo giro a la historia incorporando un enredo
romántico entre un hombre maduro de unos cuarenta años y una joven que ronda
los veinte.
Todo, absolutamente todo se vuelve un tremendo caos.
Suceden diversas situaciones inesperadas y un poco absurdas para Paul, en el
que uno se pregunta si ahora se cree un adolescente que forma parte de una
banda de rock ya que de la noche a la mañana pasa de ir en traje a llevar ropa
informal con una chupa de cuero. No obstante, el hecho de que sea un chico
tímido y desconfiado con su potencial hace que sea atrapado como un rayo de luz
por la estratégica seducción de la joven sin que ella deba parpadear dos veces
siquiera.
La chica francesa juega con fuego. Un fuego que será el
punto de inflexión para la protagonista, que se dará cuenta que esta no es la
vida que buscaba al llegar a París. Ve que todos sus sueños e
ilusiones fueron arrastrados por una niebla densa y es aquí cuando decide
reorganizar su vida. Al verse envuelta en los asuntos de personas de mayor edad
y experiencia que ella, empieza a plantearse sobre lo sucedido a lo largo de su
corta vida, aprendiendo de sus debilidades para intentar convertirse en una
adulta de provecho.
A veces se dice que los sueños, sueños son. Y en este
caso, Constance realmente llega a pensar que así son, sólo eso y que debe rendirse tal
como su padre le propuso en un principio. Sin embargo, a veces quien menos
esperas es aquella persona la que te da el empujón para cambiar y dar un paso
hacia delante. “¿Vas a esperar a ser una vieja para hacer lo que te gusta? Sólo
se vive una vez Constante.” Estas palabras retumban una y otra vez en la cabeza
de la veinteañera. Así es, unas palabras salidas de la boca del Sr. Henri la convence
para conseguir sus objetivos y no abandonar sus sueños. Es justamente él quien
la lleva al punto de inflexión y la incita a dar este gran paso en su vida. La
voz de la experiencia sale a flote por el anciano y transmite su sabiduría a la
joven.
El personaje de Constance es un claro ejemplo de
aprendizaje de la vida y de sus etapas. Un juego de madura immadurez. Una
chica que sale de su cáscara y se abre a un mundo adulto que choca completamente
en sus narices. Un auténtico reflejo de la sociedad actual, en que muchos
jóvenes se pueden sentir identificados con la universitaria ya que todos a esta
edad pasan por la etapa en que deben planificar y tomar una serie de decisiones
acerca de su futuro para poder formar parte de este universo adulto. Los jóvenes
y no tan jóvenes se verán reflejados en la estudiante porque la mayoría en este
período de preparación que lleva a formar parte de la sociedad adulta habrán
pasado por momentos en su vida en que se sintieron inseguros y que sentían que
no era capaces de hacer nada. Estudiar y aprobar sin suspender es la formula
del éxito, y si uno no lo hace parece que se le repudia. Sin embargo, no se
tiene en cuenta que aunque uno apruebe y saque las mejores notas, a veces no
sirve de nada porque se vive en un mundo en el que todo funciona en base de
enchufes. A unos todo se le regala sin matarse a conseguir alcanzar sus metas,
pero aquellos que se esfuerzan día a día muchas veces no son recompensados.
Todas las personas que luchan diariamente para cumplir sus objetivos con gran
empeño, se verán plasmadas a la perfección por Noémie Schmidt que manifiesta de
un modo impecable las preocupaciones por las que pasan los adultos inexpertos. El
miedo al fracaso es latente a estas edades, pero ¿y que pasa si fallamos una y
otra vez? ¿De verdad es el fin del mundo? ¡No! Henri Voizot anima a que uno
lo intente las veces que haga falta, aunque todo el mundo esté en tu contra,
lucha y vive la vida que desees sin remordimientos.
Calbérac realiza una clara crítica a la obsesión por
alcanzar la perfección. Demuestra que actualmente vivimos en la
llamada sociedad del éxito en el que se le resta valor a aquellos que no
siguen los estándares estabilizados. El director muestra el auténtico significado
de la vida. Una vida en la cual uno se equivoca y rectifica. Vivir es
viajar pasando por nuevas experiencias, abandonar nuestro espacio y dejarse
llevar. A lo largo de nuestra existencia las personas caeremos una y otra
vez pero debemos levantarnos y no rendirnos. Este es el mensaje que transmite El
Sr. Henri comparte piso, a convertirnos en personas con iniciativa que
luchan por hacer realidad sus objetivos e ilusiones y no tiran la toalla con
facilidad.
El largometraje expone que las personas dependemos unas de
otras. Henri Voizot se vuelve la fuerza de apoyo para la joven estudiante. Le
enseña a la joven dama a no dejarse pisotear por los demás, por aquellos que
creen que no serás capaz de conseguir aquello que te propones a realizar en la
vida. Constance tiene un sueño profesional que abandona por los prejuicios y
por el que dirá la sociedad que la rodea, y sólo hay una persona que la
redirige hacia su pasión. El anciano la insta a abrir la puerta hacia nuevos
horizontes, a abrir su mente a nuevas posibilidades sin estancarse en la frustración
por fallar. L’étudiante et Monsieur Henri le da mucho crédito al
concepto de la superación, a enfrentarse a la vida y sus adversidades, y a
tener amor por uno mismo.
Aunque se presenta más de un conflicto, todo se lleva a
cabo con mucho humor haciendo que la producción sea más relajante y el público
no se ve inundado en una historia llena de drama. Todo lo
contrario, el largometraje es muy fresco, limpio y ameno. Para nada da la
sensación de agobio, más bien, uno se siente atraído por la sencillez de cómo
se plantean el conjunto de sucesos y del modo tranquilo en el cual se
desarrolla la trama. La sensibilidad y la delicadeza con la que es grabada
cada una de las escenas hacen brillar la película y le da un vuelco al corazón
al espectador, sanando el alma al dejar de lado los prejuicios y los
estereotipos infundados en la sociedad actual. El guión narrativo es
realizado con mucha frescura y de manera directa, sin dar rodeos a la hora de
transmitir el mensaje. La música forma un pilar esencial para comunicar los
valores esenciales que remarca Calbérac durante la hora y media de filmación. Encaja
muy bien con cada una de las escenas de la película que emiten mucha calidez y ternura, emocionando el público, y
mostrando como se siente cada uno de los personajes a lo largo del largometraje. Te hace sentir que estás viviendo en este
preciso instante la misma situación, sintiendo una empatía por los personajes,
en especial por la protagonista.
El Sr. Henri comparte piso te hace
volar una vez más al cielo y darte cuenta que el buen cine existe, que el cine
independiente hace florecer la cultura y el arte llegando hasta lo más profundo
de tu corazón. Los sentimientos se pueden transmitir con una belleza
que deslumbra al espectador. No hace falta crear historias muy complejas y
llenas de efectos especiales para atraer al público. A veces simplemente con
una historia simple, con unos valores bien marcados y un toque de humanismo y
empatía bien definidos en una filmación pueden conmover y tocar la fibra
sensible de la audiencia sin necesidad de exagerar en la producción de una
película.
Esta comedia francesa recalca que todos tenemos derecho a
llevar a cabo nuestros sueños, dejando de lado los convencionalismos sociales. Presenta
que se debe tener las ideas claras y despejar todos aquellos problemas que le
impidan a uno vivir en tranquilidad. Es natural que uno atraviese un periodo de
inestabilidad emocional como le ocurre a la protagonista pero uno tiene que
buscar la armonía interior para conseguir realizar los objetivos trazados. Sin
lugar a dudas, nuestros sueños se cumplirán siempre y cuando no nos rindamos y no vamos
a culpar a París por fallar. Au revoir, París!